LA INMENSA DEPRESIÓN POR EL PASADO
Se acerca el fin de un año y el inicio del otro y dicha transición genera entre todos nosotros un estado éxtasis que hace que surjan en nuestros corazones una cantidad de sentimientos encontrados que nos llevan a un sinnúmero de prácticas peculiares, con motivo de la despedida del año viejo y la bienvenida del nuevo año.
Yo me atrevo a agrupar estos sentimientos en tres bloques:
1. La inmensa depresión por el pasado.
2. Los excesos del presente.
3. La gran ansiedad por los tiempos futuros.
En ese orden de ideas me moveré en la presente reflexión. Para no hacerme largo en ella, me propongo hacerla en tres bloques: uno hoy 29 de Diciembre, otra mañana y la otra el 31 de diciembre.
1. LA INMENSA DEPRESIÓN POR EL PASADO:
Cuando llega el fin, es inevitable mirar atrás, y cuando se hace, tampoco se puede evitar sentir que se arrugue el corazón; porque las personas estamos equipadas para entristecernos con facilidad y para luchar por conseguir alegrías. Paradójicamente, las alegrías humanas son pasajeras y se convierten en motivo de tristeza mientras que las tristezas perduran en el tiempo. Tomando como fundamento esta idea, hablo de tres motivos para la depresión:
a. DEPRESIÓN POR LA TRISTEZA:
En algún momento de estos días finales, todos nos fijamos en los acontecimientos que tuvieron que ver con nosotros y nos damos cuenta que no nos ha ido del todo bien, que hemos llegado al fin del año pero no hemos llegado del todo fortalecidos: muchos de nosotros ponemos en la bitácora del año que termina, los datos sobre fracasos económicos, rupturas amorosas, alejamientos familiares, malos entendidos con las amistades y con los seres queridos, no haber cumplido las metas en el ambiente laboral o académico.
Muchos hemos perdido oportunidades, hemos visto como se desmoronan los sueños y hemos asistido al estadio donde triunfan las injusticias con respecto a nuestros intereses. Muchos terminamos el año con infinidad de deudas o con una gran cantidad de gastos atrasados que se tienen que efectuar en el año siguiente.
Algunas personas han tenido que despedir a los seres queridos que han partido; algunos de forma temporal porque salen a un viaje de placer o por motivos laborales o académicos; algunos otros porque han partido de este mundo al Padre y nos han dejado un vacío en el corazón al pensar en la ausencia definitiva.
Por eso, en el fin del año surgen las lágrimas y las lamentaciones, las quejas y las desesperanzas; incluso aparece la sensación del descanso al saber que el año, tan duro y pesado, termina.
b. DEPRESIÓN POR LA NOSTALGIA: Como lo mencionaba anteriormente, las alegrías tienen la extraña capacidad de convertirse en motivos de tristeza y, como no todo en el año es malo, seguramente todos nosotros tuvimos la fortuna de tener acontecimientos que nos hicieron sentir felices. Un amor, una flor, un paseo, un abrazo, una llamada, un beso, una felicitación del superior, una aumento de sueldo, un cambio de oficio, un nuevo hijo, una nueva casa, un carro, una carta.
Todos esos motivos de alegría, en su momento nos hicieron sentir que el corazón palpitaba más rápido y que por el cuerpo pasaba un estremecimiento que identificamos con emoción; con motivo de estas alegrías, de nuestros ojos brotaban lágrimas mientras nuestros labios dibujaban sonrisas. Es muy probable que en estos momentos brincáramos, gritábamos y bailábamos. Pero ahora, cuando han pasado los efectos inmediatos de nuestros logros, nos damos cuenta que esos momentos inolvidables los añoramos porque quisiéramos que esas alegrías hubieran permanecido en el tiempo. Esa añoranza hace que ya no sean alegrías sino que se conviertan en el motivo de tristeza, pero no de la tristeza fracasada del primer caso sino de la tristeza que produce la nostalgia frente a los buenos tiempos.
c. DEPRESIÓN POR LA CULPA: Pero la peor de las depresiones es la venida por esta causa; tengamos en cuenta que los dos primeros motivos para deprimirnos no tienen que ver con nosotros, tienen que ver con las cosas que han pasado, buenas o malas; pero la depresión venida por la culpa es la peor porque acusa a quien la siente.
Es claro que no somos perfectos y que, por nuestra humanidad, es muy probable que nos hayamos equivocado, nos hayamos dejado llevar por el miedo, la pereza, la ambición, la rabia, etc. También es seguro que esas acciones traen consigo consecuencias: algunas de tipo material que tiene que ver con la pérdida del trabajo, de un amigo, de la familia, la perdida de cosas materiales; vienen, además, las consecuencias que traen consigo la exposición al escarnio público: la posibilidad de ser señalado por los afectados por nuestros actos, la segura perdida de dignidad y de autoridad, el aislamiento, etc. Hay también consecuencias jurídicas: el embargo de bienes, las denuncias y las sanciones.
Estas son consecuencias materiales ante los actos que cometemos, pero también existen las consecuencias morales, que no necesariamente tienen que ir ligadas al descubrimiento de nuestros errores. Estas consecuencias morales tienen que ver con lo que no se ve pero que hace mella, son las consecuencias del corazón que siente el peso de lo malo que se hizo y que, cuando termina el año, nos recuerda que no lo vivimos ejemplarmente; estas consecuencias morales son las que se convierten en motivo de nuestra depresión.
Las consecuencias materiales son eso, materiales, y por tal razón pasan cuando termina la temporalidad de la materia. Pero las consecuencias morales permanecen y hacen que siempre tengamos presente “lo malos que somos” por los errores que cometemos. Este sentimiento se hace más fuerte y notorio cuando llegamos a la culminación del año.
Ante tantas tristezas que nos deprimen, sólo queda pedir al Señor de la vida, el Rey del Tiempo, el Alfa y Omega. Primero: que los tiempos venideros sean mejores, que tengamos la sabiduría para sobrepasar los efectos venidos de las malas rachas que hemos tenido durante esta año que pasa; que nos de paciencia para soportar los tiempos difíciles y fuerza para enfrentar las nuevas luchas.
Segundo: Dar gracias a Dios porque nos dio alegrías – muchas o pocas – que refrescaron nuestra vida en medio de la lucha cotidiana; a su vez, pedirle que tengamos un corazón agradecido que descubra la bendición de Dios en todos los momentos gratos de la existencia; y que nos conceda reconocer la nostalgia como el espacio propicio para agradecer a Dios que entra en la historia para darle sentido.
Y por último, reconocer nuestra debilidad y pedir perdón: primero a Dios por los pecados cometidos; en ese sentido es bueno que nos acerquemos al confesionario y hagamos la celebración de nuestro arrepentimiento en la fiesta de Dios que nos perdona. En segundo lugar a las personas que hemos ofendido.
Después de pedir perdón, llenarnos de buenos propósitos para remediar las consecuencias de nuestros errores y para hacer cosas que demuestren que nos hemos levantado para seguir adelante.
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