1. LOS EXCESOS DEL PRESENTE
Algunos para olvidar las huellas del pasado, algunos otros queriendo mostrar la buena fortuna que han tenido durante el año, y otros queriendo silenciar la vos de la conciencia; eso sí, todos con muy buenas perspectivas para el futuro, deciden botar la casa por la ventana.
Parece ser que la estética de lo excesivo es la que predomina a la hora de intentar despedir el año que pasa y recibir el que viene; por eso no es raro encontrarnos con infinidad de personas que pierden la mesura para vivir este específico presente transitorio (aunque decir presente y transitorio es un pleonasmo). Estos excesos los clasifico en tres grupos:
a. LOS EXCESOS AL VESTIR:
La cultura en la que vivimos nos indica que en el final del año debemos vestir con ropas nuevas, seguramente para recibir el nuevo año con las mejores vestiduras. Es que el ambiente cabalístico de la espera del tiempo venidero así lo pide. Sin embargo, nos encontramos con excesos diversos a la hora de elegir la forma de vestir y los atuendos que vamos a lucir.
Es muy común encontrarnos con personas, de escasos recursos económicos, que para el 31 de diciembre están ataviadas con vestiduras que sobrepasan sus ingresos: el que gana un salario mínimo “invierte” dos en los vestidos del fin del año; el que es moderado en su atuendo, el 31 se viste de forma exuberante; la mujer recatada aparece como la más atrevida; y el que no usa accesorios, se presenta ante el mundo como un exhibidor de bisuterías. Añadimos a los vestidos: relojes lujosos, anillos aparentes, cadenas y collares llamativos. Compramos sombreros que sólo usamos ese día y billeteras que estarán llenas solo durante esa noche (porque al otro día amanece vacías).
b. EXCESOS CON LA COMIDA Y LA BEBIDA:
Es bien interesante este fenómeno: los economistas afirman que las familias son capaces de sustentar su canasta familiar si, por lo menos, dos de sus integrantes ganan el salario mínimo; con ese dinero las familias tienen que destinar siquiera la tercera parte para comprar el mercado para un mes, si hacemos la cuenta, con el salario mínimo de este año, que multiplicado por dos es un total de $1’070.000, la tercera parte de ese monto es de $356.000 que cubriría los gastos alimenticios de un mes en la mayoría de las familias colombianas.
Cuando vamos a los restaurantes, en las cartas que nos presentan para que elijamos el plato preferido, la porción máxima de comida que se ofrece, con el aval del ministerio de salud, es la de las carnes que se sirve en presentación de un corte de 500 gr. Para el resto de los platos, las porciones no superan las cinco cucharadas del producto (arroz, ensalada, pasta, etc.).
Este preámbulo hace notar los excesos en la comida, pues para la cena de fin de año preparamos un gran banquete que sobrepasa el presupuesto del mercado de todo un mes y que supera las porciones suficientes para que queden satisfechos todos y cada uno de los miembros de la familia.
Tengo que confesar que, en el caso de los pobres, alcanza a alegrarme porque el que come boje puede comer carne; el que toma caldo, come sancocho; el que como huevo, come gallina y así sucesivamente. Pero no deja de preocuparme las personas que para la noche de fin de año compran 1Kg de carne por cada uno de los comensales, las que compran un inmenso marrano para que festejen 20, a lo sumo 30 personas. Las familias que hacen olladas grandísimas de pastas, papas, arroces y postres que exceden las necesidades reales de las familias.
Lo gracioso es que comemos por montones teniendo la conciencia mágica de que, por esa práctica, auguramos la no falta de comida durante todo el año. Pues tal augurio se hace realidad, por lo menos los cinco primeros días del año, porque no falta la comida al seguir consumiendo de las viandas que sobraron de la fiesta del 31. El 6 de enero todavía estamos acabando con el arroz con coca cola, el chicharrón, la carne que sobró del asado, el postre que sigue en la nevera. Eso sí, nos lo comemos por no botarlo, pero nuestro real deseo es que se acabe rápido porque ya no queremos saber nada de los alimentos que hemos consumido durante los últimos ocho días.
Si ese es el panorama con la comida, no podemos decir menos de la bebida: en esa noche concluyente las personas queremos compartir una copa con nuestros seres queridos, cosa que está bien, si se compartiera una, el problema es que las compartimos todas. Para mí, el 31 de diciembre es el día del año en el que todos beben; los que son bebedores porque es normal, lo que no beben durante el año, porque es fin de año.
Es impresionante el panorama: somos insaciables, no nos conformamos con los tragos para compartir con los familiares, no estamos contentos con el vino del brindis del nuevo año y, para los que fumamos, no nos contentamos con algunos cigarrillos que acompañan los tragos. En estos tiempos el licor tiene que fluir de forma constante como fluye el agua de los ríos y el humo tiene que elevarse al cielo continuamente como en las chimeneas de las empresas.
No existen límites, el licor tiene que estar presente en demasía cueste lo que cueste. Se tiene que consumir permanentemente, aunque ya se haya perdido la conciencia. No nos limitan los hijos que casi siempre están con nosotros en estas fiestas, ni los padres que sufren al vernos en estado de alicoramiento. No nos frena el carro o la moto que tenemos que manejar después de la parranda. No pensamos en el guayabo del día siguiente, ni en la falta de dinero que viene después de comprar una gran cantidad de botellas.
Pasadas unas horas del primer año, se pasa del ambiente festivo al carnaval de personas que vagan sin sentido mostrando que su borrachera es el signo de “la alegría, prosperidad y dignidad” que les ha de venir en el nuevo año.
c. EXCESOS AL FESTEJAR:
En el momento del jolgorio, también aparecen los excesos: nos parece que cualquier manifestación de alegría nos queda chiquita y pretendemos magnificar dichas manifestaciones para que demuestren el real tamaño de la misma.
Nos encontramos con desmesuras como estas:
i. El espacio donde festejamos tiene que ser inmenso, pareciera que, con el inicio del nos convirtiéramos en personas más vastas y más altas con respecto al resto del año. Es bien interesante ver que en una acera están bailando a sus anchas los integrantes de una familia de tres personas; que en una calle, que se cierra ilegalmente con costales y cuescos, rumbean veinte personas y, paradójicamente, la calle está completamente cerrada y las personas está bailando en la acera. Los que tienen casas grandes necesitan una finca, los que tienen casa pequeña necesitan sala grande, nadie está confirme con el espacio, todos necesitamos de un lugar más extenso.
ii. La música tiene que escucharse con un volumen ensordecedor, en esta época no es raro encontrarse con bafles del tamaño de una nevera y con volúmenes equivalentes a los que se usan en los conciertos para miles de personas en los tablados de las ferias de las flores. La verdad yo no entiendo como se hace en este día para hablar con los compañeros de parranda.
Yo soy sacerdote y me he dado cuenta de familias que celebran con sonidos estridentes al lado de familias que están de luto o que tienen en su casa a un enfermo en estado grave o terminal. También, precisamente por mi oficio tengo noticias de personas que son víctimas del trasnocho por el volumen de la música y, aun así, tienen que madrugar a trabajar; yo mismo he sido víctima de eso.
iii. La pólvora, de por sí, ya es un exceso; no obstante, el 31 de diciembre el exceso es superlativo porque aparecen los muñecos con una cantidad de pólvora que pone en peligro la vida de personas. Muchos niños que la manipulan lo hacen en tarros de leche, alcantarillados y casas vacías y hacen caer en un ataque de nervios a los que son testigos de semejantes estruendos. Los voladores están al orden del día y no ha de faltar el borracho con ínfulas de llanero solitario a quien se le ocurre que es divertido dispara tiros al aire.
Tres cosas tengo que decir con respecto al uso de material explosivo: en primer lugar me parece una injusticia gastar el dinero en algo que dura lo que se prolonga un estallido. En segundo lugar me parece delincuencial porque pone en riesgo la vida de las personas, sobre todo las más débiles. Y, por último, me parece que es peor que la música a alto volumen, porque la música tiene un volumen más o menos constante, situación que hace que el oído logre acostumbrarse y se pueda lograr el muy preciado sueño; pero la pólvora produce un estallido intermitente que no acostumbra a ningún organismo y que hace padecer de insomnio a los que necesitan dormir mientras los demás celebran.
Gracias a Dios, esas desproporciones sólo duran una noche y un día, porque si durara más, asistiríamos a la destrucción del hombre al no conocer límites para sus conductas.
Ante tales excesos ¿Qué tenemos que hacer?
En primer lugar, vestir con recato, nosotros tenemos que brillar porque somos personas no porque nos ponemos cosas lujosas. No quiero decir que no se estrene, por el contrario, si existe la posibilidad no se puede perder la oportunidad de hacerlo. Pero que la ropa muestre lo que somos. Tengamos en cuenta que el vestido habla muchísimo de nuestro grado de humildad u orgullo y abre las puertas o no a la relación con las demás personas.
En segundo lugar, comamos y bebamos con mesura: en el caso de la comida, nos mesuramos para comer sólo lo necesario, para no tener que comer toda la semana lo mismo, para no tener quebrantos de salud, para tener el dinero suficiente para el mercado de 2012 para no tener que caer en el pecado de la gula. Con respecto al alcohol, nos mesuramos para no perder la conciencia, no ponernos en riesgos de pecar o de cometer errores, para conservar la dignidad, para poder disfrutar de la mejor manera de la mañana del nuevo año, para no tener nada de qué arrepentirnos y para administrar el dinero de forma asertiva.
En tercer lugar, festejemos con prudencia porque no todos tienen que escuchar la música que yo escucho, porque es muy posible que haya personas tristes, enfermas o con necesidad de dormir para madrugar a trabajar. La prudencia, si es que se tiene, nos va a decir que no tiremos pólvora y no disparemos tiros al aire; porque no vale la pena poner en riesgo la vida y la integridad de las personas sólo porque nos parece que los estruendos y estallidos demuestran la alegría tradicional del inicio del año.
Ante todo busquemos conservar el equilibrio, que la celebración del presente no se nos salga de las manos. Que el objeto, que es festejar la alegría del presente, se cumpla y que no termine por convertirse, no sólo en un objetivo no cumplido sino el primer motivo de arrepentimiento del año que comienza.
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