Este, como cada 4º Domingo de
pascua, con motivo del tema que propone el Evangelio, se celebra en la Iglesia
el día del Buen pastor. Como es común en esta fecha, las comunidades
parroquiales se ponen en función de agasajar a los sacerdotes que el Señor ha
puesto en medio de ellas para que ejerza la función de Jesucristo Buen Pastor;
entonces es típico que todas las personas se organicen y preparen exquisitas
comidas, deliciosos postres y buenos regalos, según las posibilidades de las
personas que integran dichas comunidades parroquiales.
Por estos días nosotros recibimos
camisas, camisetas, medias y pañuelos. Algunos reciben lociones y pantalones. Y, los más de buenas, reciben sobres con
algunos billeticos que siempre sirven para los gastos personales.
Como yo soy humano, tengo que confesar que me
ilusiono pensando en los posibles oferentes y, por supuesto, las posibles
ofrendas que han de llegar en este día. Obviamente los espero porque, como
todos los humanos cuando hacen la evaluación de su vida y su trabajo, siento
que durante mi ministerio en la comunidad lo he hecho muy bien, incluso mejor
que muchos de mis compañeros (claro está que no es una evaluación muy objetiva
que digamos y que las conclusiones que salen de la misma pueden ser
mentirosas).
Pero en medio de tanto estrépito
producido por los sentimientos de los que estamos involucrados en esta
celebración, no nos podemos olvidar que el día del Buen Pastor lo es porque el
evangelio lo propone; entonces se vuelve necesario meditar la vida y el ministerio
a la luz del evangelio proclamado. En ese sentido, en vez de alegrarme la
fiesta, llegan a mí inquietudes que tienen que ver con la figura del pastor en
mi historia determinada. Surgen las preguntas porque, el ambiente eclesial sugiere entender que se
es buen pastor porque se es sacerdote y que las ovejas son ovejas porque son
las comunidades en las que trabajan los
sacerdotes; y todos, tanto pastores como ovejas somos metidos en el
mismo costal que nos uniforma.
Si ese es el antecedente, es
pertinente poner atención a lo que el evangelio me dice, para mejorar la imagen
de pastor que me presenta el texto revelado y, así, mejorar mi imagen de pastor
en la imitación de Cristo Buen pastor.
El evangelio que se proclama en
el ciclo b es Juan 10, 11-18 que dice
así:
“En aquel tiempo, Jesús
dijo a los fariseos:
Yo soy el buen pastor.
El buen pastor da la vida por sus ovejas. En cambio, el asalariado, el que no
es el pastor ni el dueño de las ovejas, cuando ve venir al lobo, abandona las
ovejas y huye; el lobo se arroja sobre ellas y las dispersa, porque a un
asalariado no le importan las ovejas.
Yo soy el buen pastor,
porque conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí, así como el Padre me
conoce a mí y yo conozco al Padre. Yo doy la vida por mis ovejas. Tengo además
otras ovejas que no son de este redil y es necesario que las traiga también a
ellas; escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y un solo pastor. El Padre me
ama porque doy mi vida para volverla a tomar.
Nadie me la quita; yo
la doy porque quiero. Tengo poder para darla y lo tengo también para volverla a
tomar. Este es el mandato que he recibido de mi Padre”.
Y me suscita una reflexión
respecto a mi ministerio que asumo tomando datos de este evangelio sin respetar
el orden del relato.
1. “Nadie
me la quita [la vida]; yo la doy porque quiero”: ya en el inicio del relato
el mismo Jesús va a hacer la aclaración que no es un asalariado y ahora afirma
que Él entrega la vida porque así lo quiere; es decir que entrega la vida como
acto de libertad. Es su decisión entregar la vida libremente, es la entrega
plena y feliz de quien sabe qué hacer y decide hacerlo.
El primer
requerimiento que tengo entonces para ser imagen del Buen Pastor es entender y
vivir como quien asume en el sacerdocio un
acto de libertad del corazón que ama. Asumir la vida sacerdotal implica
entender que mi ministerio no es fruto de la obligación profesional sino de la
libertad de quien se siente llamado y decide decir que sí. Es entender que el
obispo me manda y yo obedezco en el sentido de ubicarme en un lugar y para un
trabajo específico. Pero que mi trabajo
y mi entrega no depende de ningún superior sino de mi libertad para decir que
sí en todo momento y entregarme por completo a las personas a mi confiadas.
Para ser ministro necesito de un superior que me encargue un ministerio,
incluso nominal (párroco, vicario, capellán, etc.), para ser pastor sólo
necesito mi libre determinación para entregar la vida.
2. “A
un asalariado no le importan las ovejas”: pero no basta con asumir el
ministerio con libertad en la entrega, también es necesario entender dos cosas
fundamentales para la vida sacerdotal:
a.
Entender que el sueldo, los emolumentos, el
estipendio, o como se quiera llamar, no es el fin de la vida ministerial, es un
medio para la vida personal y que es tan necesario como justo, pero no es el
motor del ministerio. Me gano el dinerito porque trabajo y me lo gasto porque
tengo obligaciones, pero no vivo mi vida sacerdotal para conseguir dinero.
b.
Entregar a las personas que se me han confiado la
importancia que se merecen: hacerlas sentir que son el motivo de mi trabajo,
saber de ellas, afectarme con su problemas, alegrarme con sus alegrías. Poner
atención a las dudas, aunque me parezcan idiotas.
Para ser buen pastor es necesario que me importen las
lagrimas de quien viene llorando a contarme su dolor, el comentario de quien
tiene la idea de que me puede ayudar con su opinión y su sugerencia, los
pecados de quien se acerca al confesionario para confiarme su vida (aun cuando
se use la confesión para contar la vida de los que son cercanos al penitente).
Para se buen pastor necesito mostrarme de tal forma
que las personas se sientan valoradas: cuando cantan así se desentonen, cuando
leen así se equivoquen, cuando enseñan catequesis así carezcan de herramientas,
cuando me entregan un obsequio así no sea de mi gusto y cuando me ofrecen
comida así no tenga hambre.
Para ser buen pastor es necesario que las personas
sientan felicidad al acercarse a mí y que desaparezcan sentimientos de odio y
miedo con mi presencia. Es necesario hacerle entender a los laicos que son
tanto o más importantes que yo porque en ellos veo la imagen de Cristo a quien
sirvo.
3. “Escucharán
mi voz”: por eso tengo que medir lo
que digo y cómo lo digo:
a.
Necesito hablar de tal forma que mis palabras
sean capaces de atraer, animar, congregar, debo tener cuidado para no decir
cosas que alejen a las personas porque se sienten defraudadas y ofendidas.
b.
Necesito decir la verdad, no generar
expectativas que no puedo cumplir, necesito exaltar a quien se lo merece y
decir con caridad los defectos cuando sea necesario hacerlo.
c.
Necesito hablar Evangelio, no puedo decir otra
cosa porque el motivo del ministerio es hacer presente la buena noticia de
redención.
d.
Que mis palabras muestren la iglesia porque si
muestro una realidad distinta, entonces no soy el pastor que congrega sino el
sujeto que separa.
4. “Yo
soy el buen pastor, porque conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí”: Cuando
estaba haciendo estudios de posgrado, en una de las clases me tocó ser
compañero y Adem, un turco, musulmán, que de joven le tocó ejercer labores de
pastoreo. Él nos explicó por qué el pastor separa las ovejas de las cabras y,
palabras más, palabras menos, el motivo es porque son distintas y el pastoreo
es diferente. Precisamente a eso tengo que aludir cuando pienso en la frase
“conozco a mis ovejas”. Es que yo no puedo pensar que todos se pueden meter
dentro de la misma categoría de ovejas; tengo que pensar más bien en qué tipo
de ovejas me entregó el Señor.
Para ser Buen
Pastor, no puedo caer en la tentación de tratar a las personas al bulto, de no
poner mi atención en su cultura, su nivel económico, su nivel educativo, su
edad, su sexo, sus costumbres, el modo de ser barrio o familia, las condiciones
políticas, deportivas, la diversidad religiosa y todas las cosas que
identifiquen a las personas con las que comparto y trabajo. Es derecho de mis
fieles que yo los trate desde su peculiaridad. Aunque la Iglesia es una, también
es diversa y eso siempre lo tengo que tener presente, esforzándome por
descubrir esa diversidad.
Seré un Buen
pastor cuando sea capaz de identificarme no como un padre sino como el padre
Giovanny, el que tiene la sacramentalidad de la ordenación como es característico
de los hombres de manos ungidas, pero que tiene valores agregados que lo hacen
peculiar. Quizás dicha peculiaridad trae, tras de sí, una cantidad de defectos
que no puedo esconder si es que quiero que mis ovejas me conozcan.
Es necesario
que mi comunidad no me sea extraña, que yo no mire la misma como una más igual
que las otras. Es perentorio que yo no tenga ovejas sino mis especiales ovejas
y que utilice ese conocimiento adquirido de ellas para hacer más efectiva mi acción pastoral,
porque sólo cuando se conoce a las personas se tiene un buen punto de partida
para una evangelización que de frutos.
5. “Y
habrá un solo rebaño y un solo pastor”: todas estas características que me
propone el evangelio se me presenta como metodología para lograr un solo
objetivo, la unidad del redil. En última instancia los frutos de mi trabajo
pastoral no se miden por las obras materiales que haga o por la innovación en
la celebración de los sacramentos o por la creatividad en la ejecución de los
programas pastorales; se mide porque tengo un redil que permanece unido y que
fortalezco en esa unidad para que juntos caminemos hacia las verdes praderas
que encontraremos cuando unidos podamos vivir el reinado de Dios.
Termino mi reflexión pidiendo perdón
por todas las veces en que he sentido que mi trabajo es imposición, por todas
las veces en las que he actuado por motivaciones distintas a entregar la
importancia que se merecen mis ovejas, por todos los momentos en los que he
sido imprudente con mis palabras o con mi silencio causando dudas y divisiones. Pido perdón por los momentos en
los que he caído en la tentación de encasillarlos a todos de la misma manera y
por aquellos instantes en los que me he mimetizado en un sacerdocio sin poner
mi propia identidad. Pido perdón por las veces en las
he sido causa de división.
Pero también pido oraciones, por
mí y por todos mis hermanos, para que seamos sacerdotes santos imagen
visible del que definitivamente es EL BUEN PASTOR, NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO.