Me encuentro con una realidad que se expresa en la letra rúbrica del misal romano, en ella encuentro estas expresiones:
SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO… “se celebra el domingo después de la solemnidad de la Santísima Trinidad”. LA SANTÍSIMA TRINIDAD… “Después del domingo de pentecostés”. PENTECOSTES… se celebra cincuenta días después de la RESURRECCIÓN. CUARESMA… se celebra cuarenta días antes de la PASCUA.
Si lo miro detalladamente, me encuentro con un verdadero proceso de catequesis que se da a partir de los tiempos litúrgicos. Por eso, deseo hacer una lectura de estos tiempos a la luz de la Sagrada Eucaristía que hoy exaltamos en la fiesta del Corpus Christi.
Inicia este proceso en cuaresma cuando se nos invita a la conversión que se puede identificar con el tiempo de reblandecer el corazón, de hacer del corazón de piedra, un corazón dócil; precisamente, la docilidad del corazón hace posible que se crea y se valore las realidades intangibles; sólo con corazón blando es capaz de reconocer el amor, la ternura, la amistad, etc. Entonces, cuando en la cuaresma se ablanda el corazón, este se capacita para amar y creer en ese mendrugo de pan y ese poco de vino al reconocerlos como el Cuerpo Y La Sangre De Cristo.
Cuando llegamos a la Pascua celebramos a Jesús Resucitado, este acontecimiento nos afirma la certeza de que creemos en el que está vivo y vive para siempre, creemos en el que ha vencido la muerte. Este acontecimiento pascual nos recuerda que somos Iglesia del Resucitado y que el Cuerpo y la Sangre que compartimos en la Eucaristía es Cuerpo y Sangre, no de un muerto sino de el mismo Resucitado, entonces caemos en la cuenta que no es el memorial de la pasión solamente sino de la pasión del resucitado.
En el momento en que celebramos el día de pentecostés, celebramos la efusión del Espíritu Santo a su Iglesia que es apostólica para que sea una, congregada por un mismo Espíritu, adoradora de un mismo Señor. El Espíritu Santo nos capacita para mirar las realidades descubriendo en ellas dimensiones diferentes; por eso, el Espíritu Santo nos hace reconocer en ese pan, que parece pan, que sabe a pan y que engorda como pan, al cuerpo real de Nuestro Señor Jesucristo. Y en ese vino que se ve como vino, que sabe a vino y embriaga como vino, la verdadera sangre de Nuestro Señor Jesucristo.
En la fiesta de la Santísima Trinidad nos encontramos con tres personas distintas y un solo Dios verdadero, los tres son uno y cada uno es comunión de amor para los otros dos. Esto nos recuerda que no puede haber uno solo y los otros estar en otro lado porque los tres son uno; así las cosas, en el Cuerpo y la Sangre que consumimos, no nos encontramos sólo con el Hijo que se entrega sino que nos sumergimos en el misterio de la Trinidad misma que se hace presente en el Cuerpo y en la Sangre de Nuestro Señor. Recordamos que en ese Cuerpo y Sangre de Nuestro Salvador, Dios sigue siendo autor generoso de “la nueva creación”; que el Espíritu Santo sigue congregando alrededor del Cuerpo y la Sangre del Redentor.
Por eso, cuando leo el tiempo con la luz de tu cuerpo y de tu sangre, no me queda más que dar gracias:
Porque me has ablandado el corazón para que crea y ame la Sagrada Eucaristía; y amándola, reconozca en ella a Jesús vivo, a Jesús resucitado.
Porque me has dado el Espíritu Santo para que me ponga a mirar de forma diferente las especies eucarísticas y reconozca en ellas la presencia real de Nuestro Señor Jesucristo.
Porque cuando comulgo, no sólo recibo al Hijo, sino que recibo toda la Santísima Trinidad. Es más comienzo a ser parte de esa Trinidad Santa.