sábado, 28 de abril de 2012

¿EL BUEN PASTOR?



Este, como cada 4º Domingo de pascua, con motivo del tema que propone el Evangelio, se celebra en la Iglesia el día del Buen pastor. Como es común en esta fecha, las comunidades parroquiales se ponen en función de agasajar a los sacerdotes que el Señor ha puesto en medio de ellas para que ejerza la función de Jesucristo Buen Pastor; entonces es típico que todas las personas se organicen y preparen exquisitas comidas, deliciosos postres y buenos regalos, según las posibilidades de las personas que integran dichas comunidades parroquiales.

Por estos días nosotros recibimos camisas, camisetas, medias y pañuelos. Algunos reciben lociones y pantalones.  Y, los más de buenas, reciben sobres con algunos billeticos que siempre sirven para los gastos personales.

Como  yo soy humano, tengo que confesar que me ilusiono pensando en los posibles oferentes y, por supuesto, las posibles ofrendas que han de llegar en este día. Obviamente los espero porque, como todos los humanos cuando hacen la evaluación de su vida y su trabajo, siento que durante mi ministerio en la comunidad lo he hecho muy bien, incluso mejor que muchos de mis compañeros (claro está que no es una evaluación muy objetiva que digamos y que las conclusiones que salen de la misma pueden ser mentirosas).

Pero en medio de tanto estrépito producido por los sentimientos de los que estamos involucrados en esta celebración, no nos podemos olvidar que el día del Buen Pastor lo es porque el evangelio lo propone; entonces se vuelve necesario meditar la vida y el ministerio a la luz del evangelio proclamado. En ese sentido, en vez de alegrarme la fiesta, llegan a mí inquietudes que tienen que ver con la figura del pastor en mi historia determinada. Surgen las preguntas porque,  el ambiente eclesial sugiere entender que se es buen pastor porque se es sacerdote y que las ovejas son ovejas porque son las comunidades en las que trabajan los  sacerdotes; y todos, tanto pastores como ovejas somos metidos en el mismo costal que nos uniforma.

Si ese es el antecedente, es pertinente poner atención a lo que el evangelio me dice, para mejorar la imagen de pastor que me presenta el texto revelado y, así, mejorar mi imagen de pastor en la imitación de Cristo Buen pastor.

El evangelio que se proclama en el ciclo b es  Juan 10, 11-18 que dice así:

“En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos:

Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por sus ovejas. En cambio, el asalariado, el que no es el pastor ni el dueño de las ovejas, cuando ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; el lobo se arroja sobre ellas y las dispersa, porque a un asalariado no le importan las ovejas.

Yo soy el buen pastor, porque conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí, así como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre. Yo doy la vida por mis ovejas. Tengo además otras ovejas que no son de este redil y es necesario que las traiga también a ellas; escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y un solo pastor. El Padre me ama porque doy mi vida para volverla a tomar.

Nadie me la quita; yo la doy porque quiero. Tengo poder para darla y lo tengo también para volverla a tomar. Este es el mandato que he recibido de mi Padre”.


Y me suscita una reflexión respecto a mi ministerio que asumo tomando datos de este evangelio sin respetar el orden del relato.

1.       “Nadie me la quita [la vida]; yo la doy porque quiero”: ya en el inicio del relato el mismo Jesús va a hacer la aclaración que no es un asalariado y ahora afirma que Él entrega la vida porque así lo quiere; es decir que entrega la vida como acto de libertad. Es su decisión entregar la vida libremente, es la entrega plena y feliz de quien sabe qué hacer y decide hacerlo.


El primer requerimiento que tengo entonces para ser imagen del Buen Pastor es entender y vivir como quien asume  en el sacerdocio un acto de libertad del corazón que ama. Asumir la vida sacerdotal implica entender que mi ministerio no es fruto de la obligación profesional sino de la libertad de quien se siente llamado y decide decir que sí. Es entender que el obispo me manda y yo obedezco en el sentido de ubicarme en un lugar y para un trabajo específico. Pero  que mi trabajo y mi entrega no depende de ningún superior sino de mi libertad para decir que sí en todo momento y entregarme por completo a las personas a mi confiadas. Para ser ministro necesito de un superior que me encargue un ministerio, incluso nominal (párroco, vicario, capellán, etc.), para ser pastor sólo necesito mi libre determinación para entregar la vida.



2.       “A un asalariado no le importan las ovejas”: pero no basta con asumir el ministerio con libertad en la entrega, también es necesario entender dos cosas fundamentales para la vida sacerdotal:



a.       Entender que el sueldo, los emolumentos, el estipendio, o como se quiera llamar, no es el fin de la vida ministerial, es un medio para la vida personal y que es tan necesario como justo, pero no es el motor del ministerio. Me gano el dinerito porque trabajo y me lo gasto porque tengo obligaciones, pero no vivo mi vida sacerdotal para conseguir dinero.



b.      Entregar a las personas que se me han confiado la importancia que se merecen: hacerlas sentir que son el motivo de mi trabajo, saber de ellas, afectarme con su problemas, alegrarme con sus alegrías. Poner atención a las dudas, aunque me parezcan idiotas.



Para ser buen pastor es necesario que me importen las lagrimas de quien viene llorando a contarme su dolor, el comentario de quien tiene la idea de que me puede ayudar con su opinión y su sugerencia, los pecados de quien se acerca al confesionario para confiarme su vida (aun cuando se use la confesión para contar la vida de los que son cercanos al penitente).



Para se buen pastor necesito mostrarme de tal forma que las personas se sientan valoradas: cuando cantan así se desentonen, cuando leen así se equivoquen, cuando enseñan catequesis así carezcan de herramientas, cuando me entregan un obsequio así no sea de mi gusto y cuando me ofrecen comida así no tenga hambre.



Para ser buen pastor es necesario que las personas sientan felicidad al acercarse a mí y que desaparezcan sentimientos de odio y miedo con mi presencia. Es necesario hacerle entender a los laicos que son tanto o más importantes que yo porque en ellos veo la imagen de Cristo a quien sirvo.



3.       “Escucharán  mi voz”: por eso tengo que medir lo que digo y cómo lo digo:

a.       Necesito hablar de tal forma que mis palabras sean capaces de atraer, animar, congregar, debo tener cuidado para no decir cosas que alejen a las personas porque se sienten defraudadas y ofendidas.

b.      Necesito decir la verdad, no generar expectativas que no puedo cumplir, necesito exaltar a quien se lo merece y decir con caridad los defectos cuando sea necesario hacerlo.

c.       Necesito hablar Evangelio, no puedo decir otra cosa porque el motivo del ministerio es hacer presente la buena noticia de redención.

d.      Que mis palabras muestren la iglesia porque si muestro una realidad distinta, entonces no soy el pastor que congrega sino el sujeto que separa.



4.       “Yo soy el buen pastor, porque conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí”: Cuando estaba haciendo estudios de posgrado, en una de las clases me tocó ser compañero y Adem, un turco, musulmán, que de joven le tocó ejercer labores de pastoreo. Él nos explicó por qué el pastor separa las ovejas de las cabras y, palabras más, palabras menos, el motivo es porque son distintas y el pastoreo es diferente. Precisamente a eso tengo que aludir cuando pienso en la frase “conozco a mis ovejas”. Es que yo no puedo pensar que todos se pueden meter dentro de la misma categoría de ovejas; tengo que pensar más bien en qué tipo de ovejas me entregó el Señor.

Para ser Buen Pastor, no puedo caer en la tentación de tratar a las personas al bulto, de no poner mi atención en su cultura, su nivel económico, su nivel educativo, su edad, su sexo, sus costumbres, el modo de ser barrio o familia, las condiciones políticas, deportivas, la diversidad religiosa y todas las cosas que identifiquen a las personas con las que comparto y trabajo. Es derecho de mis fieles que yo los trate desde su peculiaridad. Aunque la Iglesia es una, también es diversa y eso siempre lo tengo que tener presente, esforzándome por descubrir esa diversidad.

Seré un Buen pastor cuando sea capaz de identificarme no como un padre sino como el padre Giovanny, el que tiene la sacramentalidad de la ordenación como es característico de los hombres de manos ungidas, pero que tiene valores agregados que lo hacen peculiar. Quizás dicha peculiaridad trae, tras de sí, una cantidad de defectos que no puedo esconder si es que quiero que mis ovejas me conozcan.

Es necesario que mi comunidad no me sea extraña, que yo no mire la misma como una más igual que las otras. Es perentorio que yo no tenga ovejas sino mis especiales ovejas y que utilice ese conocimiento adquirido de ellas  para hacer más efectiva mi acción pastoral, porque sólo cuando se conoce a las personas se tiene un buen punto de partida para una evangelización que de frutos.

5.       “Y habrá un solo rebaño y un solo pastor”: todas estas características que me propone el evangelio se me presenta como metodología para lograr un solo objetivo, la unidad del redil. En última instancia los frutos de mi trabajo pastoral no se miden por las obras materiales que haga o por la innovación en la celebración de los sacramentos o por la creatividad en la ejecución de los programas pastorales; se mide porque tengo un redil que permanece unido y que fortalezco en esa unidad para que juntos caminemos hacia las verdes praderas que encontraremos cuando unidos podamos vivir el reinado de Dios.

Termino mi reflexión pidiendo perdón por todas las veces en que he sentido que mi trabajo es imposición, por todas las veces en las que he actuado por motivaciones distintas a entregar la importancia que se merecen mis ovejas, por todos los momentos en los que he sido imprudente con mis palabras o con mi silencio causando dudas y divisiones. Pido perdón por los momentos en los que he caído en la tentación de encasillarlos a todos de la misma manera y por aquellos instantes en los que me he mimetizado en un sacerdocio sin poner mi propia identidad.  Pido perdón por las veces en las he sido causa de división.

Pero también pido oraciones, por mí y por todos mis hermanos,  para que seamos sacerdotes santos imagen visible del que definitivamente es EL BUEN PASTOR, NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO.